Los soldados "no estaban haciendo nada. Ya averiguamos y no hay ninguna incursión", fueron las despectivas palabras del Ministro de la Defensa colombiano Juan Manuel Santos cuando se le inquirió sobre la reciente incursión de cuadrillas militares a territorio venezolano (el 17 de mayo de 2008). Esas, expresiones de olímpica despreocupación, son la propuesta de su papel de funcionario provocador respecto de Venezuela, claramente comprometido con los EEUU en una política guerrerista, invasora y desestabilizadora en la región. El ministro, ahora el favorito del Departamento de Estado, sustituto del Uribe en desgracia, es el nuevo cabeza de playa de plan operativo imperial. Su función es permear la guerra, comprar armas, incorporar a Israel en la aventura, armar el ejército y, por agregado, provocar a Venezuela o a Ecuador para encender la chispa justificatoria de la IV Flota de la Armada estadounidense envalentonada en el Caribe. Sus condecoraciones reposan en las galerías de la satrapía latinoamericana de la Casa Blanca. Negar que hubo incursión de tropas, penetrar a Venezuela con camuflados "paracos", inundar sus fronteras con casualidades y "accidentes", exponer su odio contra el país de cualquier manera, expresar sin cortapisas lo que no puede expresar la Presidencia de la República de su país por aquello de la diplomacia, ser tapujo institucional de la naturaleza política y desenmascarada del presidente parapolítico de Colombia. Juan Manuel Santos es a Uribe lo que es el paramilitarismo a las Fuerzas Armadas: la permisología para actuar sin andar rindiendo tantas cuentas. Por supuesto, ya damos por descontado que Uribe es paramilitarismo hecho institucionalidad en Colombia.
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