El gobierno mexicano da pena ajena, desde el punto de vista de los conceptos de soberanía y autonomía. Ya se sabía desde que le trampeó la elecciones al izquierdista Manuel López Obrador: su alma es gringa y está vendido en cuerpo al gobierno de los EEUU. No de gratis los tienen al ladito, con los tentáculos extendidos aun por encima del muro de la vergüenza. No es casual tampoco que haya tenido como presidente a un gerente de la Coca-Cola, de apellido Fox, mejicanito él. En lo inmediato, disimulado en un proyecto de reforma energética, intenta Felipe Calderón privatizar la industria petrolera, Petróleos Mexicanos (Pemex). ¿No parece ello un acto vergonzoso y apátrida a esta alturas de la civilización occidental, donde todo el mundo conoce como viejas ya las enseñanzas maquiavélicas y calculadoras de dominio mundial? ¿No andan los países del mundo, especialmente de América Latina, en una onda de autonomía y de independencia económica como para que se venga, así como así, a implementar una retrógrada medida colonial que afecta al pueblo? ¿Qué le pasará a los mexicanos? ¿Dónde está esa fuerza de carácter, esa idiosincrasia autonómica que tanto han hecho valer para dejarse joder como se lo están planteando? ¿No les basta con que el petróleo de su país se está acabando (quedan 10 años) y de su explotación no le haya quedado gran cosa, como para que se dejen robar el poquito que todavía regurgita de la tierra? No se entiende. ¿Qué pasó cuates, dónde están los cojones? ¿Privatizados también?
LA ONU CONTRA LA HUMANIDAD
Hace 1 mes
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