México ahora es una pena. Poquito es el petróleo que le queda −¿hasta el 2020?− y mucho es lo que no ha resuelto con el que se ha comido. ¿Comido? Bueno, que le han comido, para hablar con más propiedad. Las élites económicas de ese país no tienen ni gentilicio ni nacionalidad. No les importa el país, sino su dinero. Lo han rifado al mejor postor que, por cierto, está ahí a su ladito, la clase superior sajona. El presidente actual es más de lo mismo de las cúpulas explotadoras. Es un bicho que con el mayor cinismo promueve una ley para privatizar lo que queda de la industria petrolera. Las presiones de las transnacionales deben de haber roto el saco de la codicia. ¡Viva México y su extinto petróleo! ¡México para todo el mundo, pero menos para los mexicanos! Los mexicanos que se jodan. Obrador, el líder de la resistencia, anda en una llamar a la gente para evitar el regalo de la industria petrolera a las transnacionales, convocando marchas por allá y por acá. Tardía reacción, pero medida al fin. Las élites del país aztecas semejan aves de rapiña, y se me antoja el siguiente refrán "Del árbol caído todo el mundo hace leña", perfectamente aplicable al país de los antiguos guerreros. México es un árbol caído, recostado a la casa del malicioso vecino de la frontera. ¡Vayamos, cuate, comamos lo que queda! ¡Y cómo resurge la antigua ferocidad guerrera pero para saquear la propia casa!
LA ONU CONTRA LA HUMANIDAD
Hace 1 mes
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